jueves, 22 de noviembre de 2012

Diario de una dependienta en apuros (VIII)

Hoy la tarde ha sido muy aburrida, apenas cuatro o cinco ventas, ningún cliente pesado y sólo una clienta necesitada de logopeda: lo normal en una tarde tranquila.

Pero a eso de las siete ha entrado una señora y ha ido directamente a hablar con uno de mis jefes.

- Perdona que sea tan directa, pero soy así. Yo a ti te conozco, tus padres eran de Alcobendas.
- No, señora, mis padres no han vivido en Alcobendas en la vida.
- Que sí, hombre que sí, vamos, por Dios.
- Que no, señora, ya le digo que no.

Después de discutir buen rato, han llegado a la conclusión de que a los señores que ella conocía eran en realidad los mejores amigos de los padres de mi jefe. Sospechoso, pero de momento bien. Una vez revelados unos datos muy concretos sobre su vida y negocios, mi jefe se ha relajado y ha creído a la pobre mujer.

- Oye, y ahora a ver si me puedes hacer un favor. - Bueno, a ver de qué se trata. -si es que mi jefe es muy confiado, el pobre.
- Es que me han cortado la luz, yo no tengo tarjeta de crédito y sólo puedo pagarlo hoy con una tarjeta por teléfono para que me den la luz antes de las nueve de la noche. Que mira, que tengo el dinero aquí, pero que no tengo tarjeta.

Yo agazapada en un rincón descojonándome viva de la risa, sin parar. Mi jefe con cara de higo sin saber qué decir. La señora intentando timarle, con mucho arte, ¿eh?.

- Justo hoy me pilla si la tarjeta encima, que me la he dejado en casa. -qué elocuencia, qué temple, qué carcajada se me ha escapado.

En ese momento sale mi otro jefe de la oficina hablando por teléfono, ajeno a la que se le venía encima.

- ¿Y ese señor quién es? ¿Tendrá tarjeta para hacerme a mi el favor? -sudores fríos cayendo en cascada por la espalda de mi jefe.
- Ese es...eh...el administrador.
- Ay, a ver si tiene tarjeta que es que sino esta noche sin luz y yo estoy enferma. Que mira, que vengo del hospital, que yo estoy muy enferma y llevo todo el día en la calle dando vueltas porque en mi casa sin luz no se puede estar.

Mi jefe cuelga el teléfono y la señora le expone su caso. A esas alturas de la conversación yo ya estoy completamente roja y con el pipí en la puntita.

- Pero hombre, señora, ¿cómo le voy a dar yo a usted los números de mi tarjeta? Que no, que no, lo siento mucho pero no.
- Vale, pues nada, muchas gracias, ¿eh?

Mi jefe, airado, se da la vuelta y se mete en la oficina.

- Qué desagradable, pues casi mejor que no me haya ayudado. ¿Este señor tiene algo que ver con esto?
- Es el administrador.
- ¿Y le puedes despedir? Porque entonces sí que iba a estar yo contenta, despídele.

Ahí ya no me he aguantado más y he salido corriendo a la oficina, a carcajearme tranquila y a contarle a mi jefe la maldición gitana. A veces mi trabajo me parece realmente divertido y estimulante.

Bit.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

#14N, o la vergüenza naZional.

Acabo de llegar a casa y aún no me lo puedo creer. Supongo que todos estaréis ya enterado de lo que ha ocurrido esta noche por las calles de Madrid. Si no es así, os lo resumo rápidamente: caos, horror, brutalidad policial, barricadas ardiendo y miedo en muchas miradas.

La manifestación estaba tranquila, gente sentada coreando, grupos de amigos de todas las edades y familias con niños. Desde las seis de la tarde hasta las nueve y media de la noche estaba previsto que la gente se manifestara desde Atocha hasta Colón. A eso de las nueve, hemos decidido marcharnos a casa. Mi chico y yo nos hemos despedido de nuestras amigas en Cibeles, pues ellas debían subir Gran Vía para llegar a casa, y nosotros nos íbamos hacia Atocha para coger el Cercanías.

Pero cuando íbamos cruzando por Neptuno se ha desatado el caos. Un grupo de imbéciles (lo siento, no puedo llamarlos de otra manera) han empezado con petardos y bengalas. Como no tenían suficiente, han seguido tirando botellas y piedras a las lunas de un comercio (esquina Paseo del Prado con Neptuno). En ese momento he agarrado a mi chico del brazo y le he frenado. Estábamos en mitad de la plaza de Neptuno, con la policía a nuestra derecha protegiendo el Congreso y la calle paralela, con policía en la esquina del Paseo del Prado donde se estaban produciendo los altercados, con policía detrás y con policía que llegaba en ese momento desde el otro lado de la plaza, ya con las escopetas de bolas de goma en la mano. He sentido pánico en ese momento. Me he dado la vuelta y mi chico ya no estaba, y yo sabía muy bien que eso era una ratonera. Me he quedado al lado de dos policías armados y de unos chicos de prensa. Un disparo, un silbido y una bola de goma a mis pies. Unos de los chicos de prensa la ha cogido, se la ha mostrado a un policía y éste ha sonreído. Qué tontos hemos sido, nosotros no sabíamos que lo peor aún no había empezado, él sí.

He encontrado a mi novio y hemos salido corriendo por uno de los laterales del Paseo. Pero las cargas brutales han empezado, todo el mundo corría. Los rostros de los que corrían a mi lado estaban desencajados por el miedo, intentando comprender por qué un organismo público al que todos pagamos y que se supone que debe protegernos, nos ataca. A nuestro lado se ha parado una señora, con media cara roja. Un pelotazo en la cara. "Señora, por favor, vaya a urgencias a que le mire un médico y le de un parte. Y mañana se va con eso a cualquier comisaría y presenta una denuncia". En ese momento, se me ha caído el alma a los pies.

Después de mucho correr, de mucho estudiar el terreno buscando una salida que no estuviera cortada, hemos optado por pararnos. Sí, nos hemos parado junto a la tapia del Jardín Botánico, como una pareja más a la que todo esto ha pillado por sorpresa. Ya no había gente a nuestro alrededor, ahora había policía. A metro y medio de donde estábamos, un policía se ensañaba con un chico, dándole porrazos a la altura del hombro, hasta que el chico ha podido incorporarse y salir corriendo como si el demonio le persiguiera. Que era más o menos lo que pasaba. El policía se ha girado, y aún con la porra en alto, ha dudado y se ha marchado a pegar palos a otra parte. Patadas, manotazos, porrazos, era el "todo vale" de la violencia más visceral de la que he sido testigo en mi vida.

De repente todo se ha calmado. La policía se ha ido, sin más. Hemos conseguido llegar hasta Atocha y he descubierto por qué. Las lunas del McDonals reventadas a pedradas, incluso con vallas de obra. Las del KFC tampoco han corrido mejor suerte, incluso los vándalos sinvergüenzas e hijos de puta, se han permitido el lujo de entrar a por un extintor. Y no, precisamente no era para apagar la GRAN barricada que han hecho en la calle Atocha. Mi espanto en ese momento superaba mi indignación. ¿Cómo no va a justificar las brutales cargas policiales la señora Cifuentes si resulta que han pegado fuego a TODA la puta calle Atocha? Por eso se ha ido la policía, porque nos hemos deslegitimizado nosotros mismos, pegándole fuego y rompiedo todo lo que encontrábamos a nuestro paso. Pero el baile de fuego ha ido más allá, por toda la calle Embajadores y aledañas.

El resultado ya lo veréis mañana: todos los periódicos con esas fotos en portada, todas esas cifras de dinero público que habrá que emplear en reparar los daños. Y todo por los cuatro imbéciles soplapollas de siempre, que más que ayudar a la causa lo que hacen es quitarnos voz y voto.

Desde aquí, GRACIAS a todos los que habéis hecho que mañana se nos tilde de vándalos tanto en la prensa nacional como la internacional. Todo lo que se ha hecho ya no vale para nada. Sois igual de mierda que esa policía a la que tanto criticáis. Al final sois eso, mierda.

Bit.

martes, 13 de noviembre de 2012

Bitacora Maldito y la última cruzada.

A lo largo de mi (corta) vida, he sido engañada vilmente por la industria cosmética, sometiéndome a su voluntad sin oponer resistencia. Comprando productos inútiles que luego he ido abandonando en el armario de mi baño o en mis viejas bolsas de maquillaje. Pero se acabó, ya no más, he encontrado el Santo Grial.

No, tranquilos, todo tiene una explicación. No soy una persona que se maquille diariamente, de hecho sólo lo hago si voy de etiqueta. No me gusta, me parece antinatural y poco estético. Soy más de un poquito de colorete, lápiz de ojos a lo Audrey y, los sábados cuando salgo de fiesta, algo de color en los labios. Natural y sencillo. Pero parece ser que soy una persona exigente. Concretamente, exijo que la barra de labios no se me haya ido entre que salgo de casa y llego al bar, y que el lápiz de ojos no se me haya corrido o borrado a las 2 de la madrugada.

A ver, los chicos de la primera fila, abandonen el aula, que les estoy viendo los empastes desde aquí. Gracias, caballeros, muy amables. Prosigamos.

Después de muchos años buscando la barra de labios eterna, esa que tanto anuncian, que dura 16 horas, que puedes comer y beber...por fin la encontré. Y no, os aseguro que no es ninguna de esas que anuncian, que las he probado todas. No, no, esta es especial, diferente. Esta me llamó desde su expositor mientras yo merodeaba tranquilamente por los pasillos de un centro comercial. Me llamó, me dijo: "pruébame", y lo hice. Y joder, en serio, ahora soy feliz. Nunca le contéis a mi novio lo que me gasté (joder, era de YSL), porque me deja.

Pero yo seguía cabizbaja, porque aunque mi color de labios fuera eterno y espectacular, el lápiz de ojos se me iba enseguida. Y fue la semana pasada, meses después del hallazgo que cambió la vida de mis labios para siempre, cuando por fin me sentí una mujer plena.

Siempre lo recordaré. Fue un jueves en el que aproveché el rato de comer para ir a hacer unas compras. Un jersey, un par de blusas, un conjuntito sexy para sorprender a mi chico el fin de semana, lo típico. Mis pies me llevaron, de forma puramente inconsciente, hasta la sección de maquillaje. "Bit, no te engañes, no lo vas a encontrar". A mi lado se teletransportó una chica muy maja, maquillada a lo "escopeta de Homer" que me sonreía de tal forma que parecía que se le iba a desencajar la cara entera. Resignada, saludé a la atenta dependienta y le expuse mi pequeño problema, sin ninguna fe en que tuviera una solución. Y como siempre hago, acabé comprando el producto que ella me endiñó. "Otra vez te la han colado, y otra vez que has comprado algo que es una mierda, ridículamente caro y que acabarás abandonando en el armario". Antes de que otra dependienta atenta pudiera interceptarme, me fui directa a trabajar y olvidé el lápiz dentro de una de las bolsas que llevaba. Pero llegó el sábado por la noche y decidí recuperarlo de su destierro dentro de una de las bolsas que seguían ocupando el poco suelo disponible de mi habitación. Y, hablando mal y pronto, casi me cago encima con el resultado. Casi me cago el sábado, casi me cago en domingo y por poco me tengo que cagar el lunes. Resulta que sí, que es waterproof y que no se va. Literalmente, no se va. Después de dos duchas, medio paquete de toallitas desmaquillantes y de casi quedarme ciega con el tónico desmaquillante, seguía habiendo restos del delito en mis ojos. Vamos, que entre la barra de labios y el lápiz de ojos, lo mismo me puedo maquillar el lunes, e ir pintada el resto de la semana.

Ahora mismo los tengo aquí a mi lado, los acaricio de vez en cuando y los beso cuando nadie me ve. Son mis pequeños tesoros, mis secretos. Tengo que cuidarlos bien, porque se que cuando se me acaben y quiera ir a por otros iguales, "lo siento, señorita, pero ese ya no lo fabrican, aunque tengo uno que es igual y que ademas...", que es lo que me pasa siempre que encuentro algo que me gusta y que funciona. En fin, así es la vida.

Bit.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Sushi para dos.

Me gusta vivir donde vivo. Un barrio tranquilo, a las afueras de Madrid, pero te plantas en Sol en 15 minutos. Hay muchos parques, niños jugando a la pelota en las plazas de debajo de sus casas mientras sus madres echan un ojo de vez en cuando desde la ventana de la cocina. Señores mayores que se paran a hablar con cualquiera dispuesto a eschucharles. No sé, un barrio normal, de los de siempre.

Nunca le había visto grandes desventajas, excepto lo de tardar una hora en llegar a trabajar, hasta ahora. No hay restaurantes de sushi que repartan por mi zona. Hay restaurantes chinos, kebabs, incluso algún libanés cutre. Tenemos Telepizza, McDonalds y Burguer King muy cerca. Pero NO HAY UN JODIDO SUSHI BAR CERCA. Y en eso he invertido parte de mi tarde, en localizar un sitio que estuviera medianamente a mano (según Google Maps a unos 5.6 km) y que repartieran por aquí.

Y ahora estoy nerviosa, retorciéndome mientras miro el reloj, esperando que a las 21.15 llamen a la puerta y por fin llegue mi ansiada cena. Porque ni siquiera estoy totalmente segura de que vaya a llegar, y mi chico me ha quitado la custodia del teléfono para que no llame cada cinco minutos preguntando por mi pedido.

No, no estoy loca ni embarazada, QUIERO CENAR SUSHI.

Bit.