viernes, 10 de febrero de 2012

Lo que no te mata, te hace más fuerte.

Hay días en los que, aunque no quieras, es inevitable no recordar. Y algunos recuerdos son demasiado dolorosos como para borrarlos, sólo puedes desterrarlos a un rincón de tu mente y de tu corazón. Pero consiguen salir de ahí de vez en cuando, se escapan de tu control y te recorren retorciendo tus entrañas.

Vuelves a sentir el amargo sabor del miedo, la soledad y la vulnerabilidad de tu cuerpo. Te ves como te veías antes, como una sombra de ti misma, un corazón frágil, como el cristal duro y frío que amenaza con explotar en mil pedazos. Tus manos  tiemblan, en tu cabeza se vuelven a formar las mismas imágenes, los mismos rostros.

Recuerdas la apatía de los primeros días, en los que sólo buscabas la protección bajo las mantas; días en los que el mundo era algo ajeno, una parte molesta de esto que llamamos vida. Te mirabas al espejo y tus ojos se veían apagados, siempre rojos por las lágrimas, sin ápice de esa vitalidad que tenían. Tu cara era blanca como la leche, los pómulos marcados y los labios cortados. Y te decías que no, que eso se había acabado, que al día siguiente volverías a ser tú. Pero la mañana llegaba, y con ella el miedo de enfrentarte con el mundo. Tus sábanas no te parecían tan mal lugar para sobrevivir, y seguías aplazando todo. El mundo te parecía cruel e injusto y en tu cabeza siempre se formulaba la misma pregunta: ¿quién tiene el derecho de joderle a nadie la vida? Y te atormentaban los recuerdos y llorabas de rabia, de frustración ante la injusticia, de dolor e impotencia. Jurabas y perjurabas, pero no te atrevías a levantar el puño contra nadie. La cama era tu mejor solución. Hasta el día que dejó de serlo, hasta el día que de verdad juraste que jamás le darías la satisfacción a nadie de que te vieran así. Hasta el día en el que te levantaste temprano y te metiste en la ducha, comiste y cenaste acompañada y a la hora que debías. Hasta el primer día en que saliste a la calle. Todo te parecía extraño, mirabas a la gente de otra manera y desconfiabas hasta de ti misma. Pero pudiste, y lo que no te mata, te hace más fuerte.

A veces revives esos momentos en la vida de otras personas, y sientes su dolor como el tuyo. Pero eres fuerte, ya has pasado por eso y comprendes la situación. Y lo único que puedes hacer por aliviar el dolor ajeno es poner el hombro y dejar que lloren sobre él.

No preguntes por qué lo he hecho. Esto va por ti. Y por mi.

Hay cosas que nunca se superan, sólo se aprende a vivir con ellas.

Bit.

1 comentario:

  1. Mi muy querida Bit. No puedes imaginar la emocion que embarga mi cuerpo al leer este comentario, me duele en el alma que experimentaras todas esas emociones tan temprano, pero...despues de la tormenta has salido fortalecida y preparada para hacer frente a cualquier desventura que puedas encontrarte a lo largo del camino, estoy muy orgullosa de ti, eres una gran persona y espero que siempre camines en la direccion correcta, si tienes la mas minima duda a la hora de tomar una decision, para un momento y piensa como te gustaria que actuaran con respecto a ti, seguro que no te equivocas. No preguntes por que lo he hecho. Esto va por ti. Y por mi. Hay cosas que nunca se superan, solo se aprende a vivir con ellas. TE QUIERO

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